Es tiempo de esfuerzo, de sacrificio y de excelencia. Es tiempo de creer en uno mismo, de trabajar en equipo con mi familia y de triunfar juntos.

Siempre me he considerado una mujer luchadora, sin edad, sin fronteras, desde que literalmente levantaba un palmo del suelo. No hay nada que me dé más miedo que quedarme en mi zona de confort; no me he acomodado ni un día en mi vida. En mi muñeca llevo un reloj que me recuerda que el tiempo es oro y que debo prepararme para el siguiente objetivo, esté donde esté.

El dicho “trabajar poco y vivir mucho.” ¡Ojalá!

Es difícil trabajar poco en la vida, y por eso me entreno mental y físicamente como si fuese a competir en las olimpiadas. Me estimulan los retos, me emociona cambiar de actividad, y soy de las que siempre están listas para el sprint.

Tengo claro que uno no elige sus pasiones; son ellas las que te eligen a ti. Si algo no me gusta, no intento que me guste. Pero lo que me apasiona, lo hago mío.

He conseguido que mis trabajos se conviertan en mis grandes amores, y puedo decir con orgullo que no me parecen trabajos. Cada uno de ellos es uno más de la familia. Eso sí, como en cualquier familia, a veces me traen dolores de cabeza, me meten en líos complicados de resolver y me obligan a tomar decisiones difíciles. Pero me encanta lo que hago, y eso se nota.

Sobre todo se nota cuando me toca trabajar un domingo, y voy a hacerlo con una sonrisa en la boca. Te aseguro que, si amas lo que haces, lucharás con más ganas y serás más feliz… incluso con ojeras.